Por Aquiles Julián
“… yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie
de una biblioteca.”
Jorge
Luis Borges
Hoy, 11 de noviembre, es el Día Mundial de las Librerías, que es el
salón de reunión donde se juntan los libros a esperarnos.
Algo que me hace extraordinariamente
feliz es pasar tiempo en una librería. Me siento en casa. Allí, desde los
estantes, las más brillantes mentes me susurran, buscan mi atención.
Las librerías han ido
extinguiéndose en Santo Domingo.
Pienso cuando en mi adolescencia en
El Conde estaba Amengual, Casa Cuello. En la Arz. Nouel, el Instituto del Libro
Escofet & Hnos., la Librería Nacional, de Franklin Franco.
En la calle Mercedes esa
prodigiosa Librería Dominicana de don Julio Postigo, y un poco más hacia la
Palo Hincado la caótica Librería Herrera, una especie de selva de libros.
La Librería Hostos, en la calle
Hostos.
En La Arz. Meriño estaba una
librería singular, Casa Weber. Y también la Librería Duarte, propiedad de los Cuello.
Y en la calle Duarte Esq. Arz.
Nouel estaba Librería DISESA que luego fue Mateca, de Santiago Povedano y su esposa Luisa, que después migró a su propio edificio en la Lincoln Esq. José Contreras.
Y también en la Arz. Nouel La
Trinitaria, de Virtudes Uribe, la hija de don Max, el bastión del libro dominicano y la muestra del empecinamiento más honorable del mundo, el de mantener una luz en medio del cataclismo cultural que vivimos.
Y cómo no recordar a esa boutique
de libros que era la Librería Paz, creo que de José Luis Sáez, a espaldas de la
Catedral.
Si nos movíamos de la zona
colonial, entonces estaban otras librerías como la Editorial Colegial Quisqueyana
en Plaza Naco, Librería Pueblo y esa prodigiosa librería que fue Blasco,
magnífica y maravillosa, que inició en la Av. Independencia y luego migró a la Av. Bolívar. Rosita de Blasco tuvo la confianza de tener fe en la promesa de un jovencito desgarbado y dejarle llevar los dos tomos de la Historia Social del Teatro. Se sorprendió un mundo cuando volví a pagarle el restante. Tanto que me obsequió un libro.
En la Dr. Delgado Esq. Santiago
los hermanos Brea Franco lanzaron la Librería Cultural Dominicana, en una
segunda planta. Duró poco, pero era un premio visitarla.
Hubo otros esfuerzos dignificadores.
Tuvimos ese espacio tan singular que fue Thesaurus, en la A. Lincoln. Antes en
la Lincoln estuvo otra librería, la Lope de Vega. Y hubo, próximo al
Supermercado Nacional de la Lope de Vega, otra exquisita librería,
Alejandría.
La familia González premió al
país con su mejor librería: Cuesta, Centro del Libro, que creó sucursales en
los Supermercados Nacional y en Jumbo. Y se expandió, al igual que Thesaurus, a Santiago.
Cris y yo en Cuesta, Centro del Libro
Junto a esas librerías icónicas había otras, menores, pero no menos dignas, no menos merecedoras. Desde puestos como el de Macalé, en la Arz. Nouel, Avanti, en la Nouel, pequeñas librerías existían en la Av. Duarte, la Av. Mella donde estaba Fersobe y hasta una pequeña en la 30 de Marzo.
Y entonces estaban esos puestos
de libros de medio uso, de segunda, tercera, cuarta, quinta y no sé cuántas más
manos.
Desde la icónica en el parqueo de
la José Reyes con Conde, a la del Edif. Esteva en El Conde. Otra en la Vicente Noble era una maravilla. Está todavía El Moreno, en la Av. Duarte con Av. México.
Los años pasaron, muchas
sucumbieron a un mundo cada vez más frívolo y reacio al cultivo de la mente y
el espíritu.
La prolongada promoción del
alcohol, los vicios, las drogas y la patanería se adueñó de la sociedad en
todos sus estamentos.
Quedan, más como reliquias, algunas
que resisten y se niegan a desaparecer, pero el precio del libro y la
inmisericordia parecen condenarlas.
Admiro a esas librerías y a sus
propietarios, héroes reales, sin dudas.
Fui, soy y seré siempre, hasta mi
último aliento, un explorador de esas cuevas del tesoro que son las librerías.
De hecho, cuando viajo fuera de
RD mi primer objetivo es visitar librerías. Suelo internarme en un Barnes &
Noble de 9 am a 9 pm un día entero, gozándome al descubrir entre los anaqueles
sus recónditos tesoros.
Las librerías y sus jardineros,
los libreros, languidecen y se extinguen.
Un día no tendremos ni una sola.
Hace unos días, para más
tristeza, el FBI clausuró una librería digital, Z Library, que era un refugio
para millones de lectores, estudiantes, docentes y profesionales que no tenían
acceso en sus países a los libros.
Fue el peor golpe a la cultura y
a la educación posible.
Z Library tenía millones de
libros descatalogados, imposibles de encontrar, disponibles.
Tanta basura mediática, tanto
morbo, tantos canales de fake news, de promoción del odio, de pornografía, y
donde fueron a ensañarse fue en una librería digital que permitía que el libro
alcanzara regiones donde los libros físicos prácticamente no llegaban.
Libros, librerías, autores, bibliófilos,
libreros, anaqueles y cafeterías donde sentarse a revisar emocionado una selección
prometedora de títulos.
Y entender ese verso de Borges
que imaginaba el paraíso como una biblioteca.
Yo conocí estas librerías. Como
diría Jimmy Sierra: “Yo estuve allí”.
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