UNA DISTOPÍA ATROZ Y POSIBLE 4. Manuel Núñez aporta un excepcional libro de relatos que entre sátira y humor nos retrata y cuestiona.


 


Por Aquiles Julián

 





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El último relato, que da título al volumen, La entrada del Barón Samedí en Santo Domingo es un agridulce y escandaloso relato de la ocupación de un momento a otro de un pulmón verde emblemático, el Parque Mirador, de la ciudad de Santo Domingo, por parte de familias enteras de inmigrantes haitianos indocumentados que se instalan, amparados en la pusilanimidad de gobierno y sus  autoridades y del chantaje de las ONGs a sueldo de intereses extra y anti nacionales, allí ocupando el lugar y  despojando a la ciudad y a los dominicanos de ese espacio.

El evento genera una batahola monumental que confronta a residentes, ciudadanos, funcionarios, militares y activistas de organizaciones subsidiadas para promover la fusión y la integración, la eliminación de las repúblicas de Haití y RD y la destrucción de nuestra identidad nacional.




La entrada del Barón Samedí es la entrada del espíritu de la muerte no en Santo Domingo, como ciudad, sino en la república. Con él llegan el libertinaje, la disrupción, la obscenidad, la procacidad, el desenfreno y la destrucción de toda norma, regla o ley. Es la entrada del caos y la destrucción social.

El relato es en muchos sentidos expresionista y simbólico. El dominicano del común, es encarnado en ese ciudadano, José Carrasco, impotente frente a la pusilanimidad gubernamental, que quiere reaccionar y defender su derecho a un espacio propio, a un gentilicio propio, a su cultura y costumbres, y que termina por ser  asaltado, muerto y destazado como un cerdo por un trabajador de servicio, inmigrante,  que lo embosca y asalta con un engaño y lo asesina.

También el relato ilustra la impotencia del general Trompetero, cuya intención de contener y reducir la marea irrespetuosa y agresiva que se apropia por la fuerza del lugar, tiene que subordinarla por disciplina  a las vacilaciones de los funcionarios sometidos al chantaje de los organismos internacionales, pese a la conciencia de que esos organismos están  dedicados a prohijar la eliminación de ambas repúblicas, tanto la desaparición de Haití como de la República Dominicana, para provocar  una pretendida fusión en ese arroz con mango de dos lenguas, culturas y perspectivas distintas.





Trompetero se dedica a oír, impotente frente a las circunstancias gravísimas que lo confrontan, las relaciones de agravios, abusos y desórdenes que la presencia de indocumentados que se han envalentonado y actúan sin ningún control, respeto o reparo, está ocasionando con sensibles pérdidas de vidas dominicanas en distintos puntos del país.

Combinando la ficción con hechos acaecidos, como un cronista que lleva un registro pormenorizado de inconductas en perjuicio de dominicanos ocasionadas por inmigrantes ilegales del vecino país, el relato, de un expresionismo grotesco, en sus peripecias muestra a esas caricaturas deformes que son los personajes, arquetipos de esas tendencias primigenias que se aglutinaron desde el inicio mismo de la República: los orcopolitas, los negadores del sueño de Duarte; los afrancesados o sometidos a las fuerzas externas, que se niegan toda posibilidad a nuestra deseo nacional, y esas fuerzas viscerales que se niegan a someterse, a claudicar, que siempre en desventaja y por su espíritu, combatieron y vencieron a fuerzas superiores.




Los memoriales de agravio se suceden, en boca de distintos emisarios, mientras la acción redentora está paralizada por la inconsistencia política, incapaz de mostrar frente a las pretensiones de poderes hegemónicos que dictan sus propósitos desnacionalizantes a través de esas formaciones extranacionales de burócratas inútiles que son la ONU y sus dependencias, la OEA y sus dependencias y la miríada de ONGs de la que parasitan esos enemigos internos que hacen el papel de quintacolumna.

El relato, que va mostrando la parálisis nacional frente a la invasión silenciosa promovida y auspiciada por potencias extranacionales, organizaciones que les sirven y agentes antinacionales internos que parasitan de ellas, va mostrando la indefensión y el desamparo de los dominicanos, que aspiran a mantener su identidad, su nacionalidad, su himno, bandera, cultura e historia, y que no tienen quien lo defienda y reconozca.

La entrada del Barón Samedí en Santo Domingo es simultáneamente una alegoría y una metáfora de una realidad cuya crudeza y peligro la ficción ilustra.

Por mucho, es una puesta en escena a nivel de ficción de los mismos asuntos que a nivel de ensayo, Manuel Núñez abordó en su esclarecedor y desmitificante libro El Ocaso de la Nación Dominicana a finales de la década de los años 80 del siglo pasado.


 


32 años después el peligro se ha acentuado.

Ahora, por vez primera, tras décadas de irresponsable silencio y permisividad, se empieza a aceptar la gravedad de la situación.

Debió caer mucha sangre innecesariamente antes de que asumiéramos el trance en que nos encontramos.

La presión, sin embargo, no cesa. Chantajea, abusa, agrede.

Los enemigos internos se envalentonan.

La realidad es, por mucho, más grave que la ficción.

El uso del humor, de la invectiva, de la sátira, del esperpento, para provocarnos una reacción de escándalo, para sacudirnos, hará que este relato genere no pocas controversias, sobre todo porque hay varios de los grotescos personajes que pueblan el relato pueden tener puntos de contacto con roles (más que personas específicas, funciones que algunas personas cumplen en la sociedad dominicana de hoy) que podríamos identificar.

El relato queda abierto, dejándonos claramente con el entendimiento de que es un caso inconcluso. Algo cuya solución queda pendiente. Una tarea que hay que asumir si se quiere seguir diciéndose dominicano.

 

 


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