UNA DISTOPÍA ATROZ Y POSIBLE, Manuel Núñez aporta un excepcional libro de relatos que entre sátira y humor nos retrata y cuestiona.
Por Aquiles Julián
I
A finales de la década del ´80
del siglo XX, Manuel Núñez conmocionó a
la amodorrada y autocomplaciente comunidad bienpensante dominicana con un
ensayo, El ocaso de la nación dominicana, que desmontó el extendido enfoque “integracionista” que una serie
de intelectuales progres afines a la izquierda dominicana propaló y logró incorporar subrepticiamente en el sistema educativo, las universidades y la
sociedad desde sus cátedras, órganos, medios de opinión y desde los organismos que controlaron.
La reacción escandalizada no se hizo esperar.
Manuel fue y sigue siendo
satanizado por esa comunidad progres con todo tipo de acusaciones e
improperios, particularmente por individuos que ni lo han leído y mucho menos han considerado
sus argumentos, muchos porque, como Carpentier, no quieren ser excluidos y
condenados por sus pares al ostracismo ideológico, por lo cual prefieren
repetir cliches y frasecitas
estereotipadas copiadas de sus divinidades particulares, expresar su aquiescencia y confirmar su pertenencia a la manada, porque sucede que Manuel Núñez, en ese ensayo magistral, desnudó los turbios propósitos subyacentes a tales planteamientos y
puso en evidencia los intereses malsanos que los subvencionaban.
Manuel soportó impávido el aluvión
de críticas, previsibles por lo demás, sobre todo porque nunca fueron a sus
argumentos, sino que, incapaz de un ejercicio crítico centrado en desmontar y
refutar argumentos, prefirió incurrir en
todo tipo de falacias y falsificaciones, en calificativos denigrantes y en oprobios para destruir su punto de vista,
entre ellas el recurso favorito, crear
un hombre de paja acomodaticio para incluso acusarlo de “traidor a su clase
y a su raza” y otros desmadres.
32 años después, y con una
extensa y rica producción bibliográfica que abarca el ensayo, la novela y la
poesía, hoy nos premia con una prodigiosa colección de relatos: “La entrada
del Barón Samedí en Santo Domingo y otros relatos” que en la narración que
da nombre al libro hace una alegoría
desenfrenada de las fuerzas e intereses
que promueven la disolución de la identidad nacional y la aniquilación de
nuestra soberanía y cómo chantajean el legítimo espíritu de pertenencia que
fundó la República, en ese texto que metaforiza aquel ensayo que desveló la
funesta intentona de desnacionalizar a los dominicanos. Es lo que podría
llamarse “El ocaso del parque Mirador de la capital dominicana”.
En ese sentido, el relato que
cierra el volumen, opera como una sinécdoque, un símbolo, una distopía en
pequeño del futuro posible al que nos quieren arrojar tanto fuerzas
extranacionales como locales, amangualadas en tan siniestro propósito.
El volumen contiene 11 relatos a
los que me voy a aproximar desde la perspectiva amable del lector, sin mayor propósito
que el de compartir mi disfrute y las reflexiones que me despertaron.
Ya antes Manuel, amigo entrañable
y compañero de generación, me había conquistado
con una excepcional novela, sin dudas una de las mejores novelas dominicanas de todos
los tiempos: El último sordello, una recreación del inicio del
modernismo en la literatura a partir de la vida de una de sus figuras más
controversiales y paradigmáticas, el poeta norteamericano filofascista Ezra
Pound, y también una reflexión sobre la relación espinosa del escritor e
intelectual con la política y el poder.
Aquel ejercicio narrativo, con un
ritmo y una elegancia de lenguaje que alcanza en muchos momentos una calidad
poética de altos vuelos, a mí en particular me atrapó desde la primera página y
me mantuvo cautivo hasta el último renglón, con atención sostenida y disfrute
del exquisito manejo de la lengua que Manuel Núñez exhibe y se goza en
demostrar, es un logro de nuestra narrativa que perdurará.
En este, su primer libro de
relatos, M. Núñez de nuevo hace gala de
una singular maestría para construir historias que atrapan y mantienen al
lector inmerso en el orbe imaginario del relato, atento a las peripecias y
conflictos de los personajes, embebido en el tejido verbal y su flujo, hasta ese clímax en que la historia culmina.
El primer relato: El regreso
de Matilde, crea una atmósfera de indeterminación interesante, porque es
casi un delirio, un flujo de conciencia, que se mueve indistintamente en épocas
y tiempos, en momentos que fulguran y luego se desdibujan, en la memoria del
personaje que hilvana la historia.
El relato mantiene el interés,
sin que tengamos en realidad un hilo argumental tradicional, sino una secuencia
de destellos de memoria en que se mezclan circunstancias y personajes que se
mueven en distintos tiempos, el presente, el pasado, un futuro hipotético, en
la afiebrada rememoración del personaje que se ve súbitamente empujado hacia
una lejana experiencia por un nombre y una presencia femenina, una Matilde que
concentra a todas las Matilde en su vida.
¿Qué tanto hay de realidad
fáctica (dentro de la verdad narrativa) y qué tanto de elucubración, sueño,
fantasía deseable, en los episodios que el personaje cuenta?
El relato mantiene esa
indeterminación y nos mantiene preguntándonos en qué tiempo, en qué momento, en
qué plano, si el de la realidad del personaje o el de su fantasía, ocurren las
situaciones que nos cuenta.
Su irónica verdad está en la
expresión que cierra el relato: “No soy una ilusión literaria. Soy una mujer
de carne y hueso” -dijo con soltura (la ilusión)
El segundo relato: Un
matrimonio ejemplar, es una sátira despiadada de la clase media alta
dominicana, de su búsqueda de notoriedad y destaque social, de un pretendido
barniz cultural que encubre la ramplonería y la miseria mental, es la historia
de un matrimonio de revistas del corazón y reportajes.
La ironía brota desde el mismo
título, porque lo que el relato muestra es exactamente lo opuesto.
La narración nos muestra en su
discurrir lo que se esconde tras la fachada mediática: una ausencia de afectos
y de afinidades reales, del personaje y su pareja, en que se permiten fantasear
con imágenes (¿qué otra cosa son los modelos de las pasarelas?) para que los
polvorientos ardores se activen.
El narrador se solaza en las
pulsiones que las fantasías proyectadas sobre los cuerpos que se exhiben y
recrean en el desfile de modas, despiertan tanto en el hombre como en la mujer.
Esos viejos ardores, que reaniman
órganos cuasi atrofiados por el desuso y la apatía, conducen a los personajes a
una infidelidad vicaria, un deleite que ocurre en su fantasía y que conlleva
algo de exhibicionismo impúdico (se está realizando dentro de un evento
público, algo que siempre añade un elemento de excitación).
La incapacidad de ejecutar lo que
imaginan, típico de la fantasía vicaria, es un reflejo de esa mentira en que
los personajes naufragan y del absurdo de sus existencias.
En tanto sátira, Agustina y
Pascual son dos prototipos, resumen los rasgos comunes de las innumerables
versiones en que se desdobla ese segmento social que persigue la notoriedad, el
sentirse por encima del promedio, figurar en las páginas sociales, asistir a
todo tipo de actividad en que piensen que va la clase alta para alternar,
codearse, imaginarse parte de la clase alta, los dueños del dinero y del poder.
El relato también es rico en
intertextos de la cultura pop, que es un reflejo de la superficialidad en que subsiste
tanta pose, tanta frívola venta de imagen, vidas vacías, mentiras revestidas de
un barniz que suponen oro y no es más que goldfilled, una estafa.
El texto es satírico y mordaz,
cruel en su impiedad, en su evidencia de existencias cuyo locus de control
externo las lleva a perder toda individualidad, toda autenticidad, toda
humanidad, y devenir pura fantasmagoría de lo que imaginan que es, según
criterios ajenos, un matrimonio bien avenido, una relación de pareja satisfactoria.
El tercer relato: La mosquita muerta, es por igual la
historia de una relación acabada, de dos seres que terminan por odiarse y
buscan fastidiarse la vida, con una actitud proactiva de la mujer.
Es también una crónica del
fracaso de un fauno, la derrota de alguien que se autoasumía como un seductor y
que quedó entrampado en una relación con una mujer más astuta y calculadora.
Es, por mucho, un cuadro patético
de la masculinidad nacional y latina, del macho man.
La crueldad gratuita en que ambos
personajes se solazan, buscando fastidiar la vida del otro (con la acción
provocadora del protagonista), desvela el conflicto y la violencia en que
consumen sus vidas muchas parejas y que frecuentemente explota en tragedias
como la que finiquita el relato.
Narrada en tercera persona, el narrador
omnisciente va con pinceladas mostrando a este “cazador cazado”, incapaz de
tener una relación real, más allá de la cópula, con una mujer.
También está el concepto que
aplica de la mujer-trofeo.
El concepto de mosquita muerta,
de hecho, es machista, es la perspectiva
del hombre, no de la mujer.
El relato es un retrato feroz de
un prototipo de relación de pareja, aquella en que un hombre maduro, de
ciudad, compra a una cuasi adolescente
hermosa provinciana y la desposa, para mostrarla como un trofeo, un símbolo de
su poder y cómo esa jovencita, prostituida, madura y se independiza emocional y
mentalmente de su propietario, y termina por defenderse y reaccionar a los
ataques y la mala voluntad del que se piensa su dueño, produciéndose un circo
de malas voluntades y peores acciones dañinas de uno con el otro.
Sentir que su propiedad se le
escurre, que su esclava se subvierte, que todo marcha en dirección opuesta a lo
que anticipó, lleva al personaje a maquinar eliminar a la mujer que una vez fue
esclava y ahora lo desafía y encara.
Esa historia de un fracaso (los
tres cuentos hasta ahora son retratos de una incapacidad de establecer una
relación auténtica en que el afecto, el cariño, el respeto y la admiración por
el otro sustenten el vínculo amoroso), en que la frustración y el enojo porque
el libreto imaginado no siguió el patrón que esperaba y la esclava comprada se
insubordinó y se independizó emocional y relacionalmente de quien se pensó su
dueño y amo, concluye con un último fracaso, la ineptitud para ultimar a la
pareja, que cierra con el homicidio del esposo a mano de la esposa, que se
libera de la relación eliminando al verdugo.
Es una mirada atroz y desnuda a
la incapacidad de amar, a la cosificación de la relación, al fracaso vital.
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